Conmemoramos, como todos ustedes saben, el merecido bicentenario de la Constitución de Cádiz de 1812, conocida coloquialmente como la Pepa, por ser aprobada el día 19 de marzo, festividad de san José; lo que no se si recuerdan es que, cuando se promulga la vigente Constitución de 1978, se decidió intencionadamente posponer su sanción hasta el día 29 de diciembre, en lugar del 28, para evitar que el ocurrente pueblo español terminará por vincularla, como había acontecido en Cádiz, a la fiesta de los Santos Inocentes.
De Cádiz se han dicho muchas cosas. Se trata del primero de nuestros Textos constitucionales, toda vez que el Estatuto de Bayona de 1808 no dejó de ser una Constitución foránea, y además de muy escasa aplicación, tras la derrota de las tropas francesas comandadas por Dupont en Bailen a manos del general Castaños; de ese instante hay un excelente cuadro de historia de José Casado del Alisal con el expresivo título de La Rendición de Bailén. Pero, sobre todo, es con Cádiz cuando España se incorpora a la modernidad constitucional, tras la aprobación de una Constitución muy innovadora para su tiempo: la soberanía ya no recae, como en los tiempos del Antiguo Régimen, en el rey, sino en la nación española; se reconocen y amparan los derechos fundamentales y libertades públicas de los ciudadanos, con una especial protección a la libertad de imprenta; y se respeta, en la línea apuntada por la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789 y la Constitución francesa de 1791, el principio de separación de poderes. Cádiz supuso así una bocanada de aire fresco en las rancias estructuras sociales, políticas y económicas de entonces. Aunque bocanada, es cierto, muy corta, tras la traición, nada más llegar a España, del felón Fernando VII. Pero lo que ya nadie podría privar al democrático y liberal constitucionalismo gaditano es su lugar preferente en la historia de nuestro constitucionalismo, como en los posteriores procesos de independencia de la América española y en las Constituciones liberales europeas. De dicho momento estelar hay dos buenos cuadros de historia pintados en el siglo XIX: Juramento de las Cortes en 1810, de nuevo de José Casado del Alisal y Proclamación de la Constitución de 1812 en las Cortes de Cádiz, de Salvador Vinagra y Lasso.
Se ha escrito pues mucho, y justamente además, sobre Cádiz. Por más que hay dos testigos de la ocasión, y que no pertenecen al mundo académico, que merecen resaltarse. Uno, literato. Me refiero a don Benito Pérez Galdós, quién en uno de sus Episodios Nacionales pertenecientes a su primera serie, de título, claro está, Cádiz, desgrana en unas páginas el ambiente festivo y hasta épico de una ciudad asolada por la peste y sitiada por las tropas enemigas. Otro, artístico. Hablo de don Francisco de Goya y Lucientes, sin duda, el mejor reportero gráfico de aquellos años.
En efecto, qué deseamos conocer a la realeza de entonces, que mejor que acercarnos al lienzo de La Familia de Carlos IV; qué deseamos conocer al todo poderoso Príncipe de la Paz, entonces fijémonos en el Retrato de Manuel Godoy; qué deseamos conocer la sublevación del pueblo español antes los ejércitos de Napoleón, detengámonos en La carga de los mamelucos y los Fusilamientos de la Moncloa; qué deseamos conocer el curso de la Guerra de Independencia, nada mejor que los desasosegantes trabajos del pintor sobre los Desastres de la misma; y si deseamos conocer a los personajes sobresalientes del momento, nadie mejor que él. Ahí están, entre otros, los Retratos de Fernando VII, Wellington, el general Palafox y hasta de José I.
De Cádiz también realizaría Goya, ¡cómo no!, una composición, hoy en el Museo Nacional de Estocolmo, titulada Alegoría de la Constitución de 1812. No hay duda. Goya es, con mucho, el mejor reportero de aquellos años de la moderna historia de España.
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