Nuestra Pepa
Dicen que La Pepa no es solo un símbolo,
dicen que La Pepa es un sentimiento, una actitud, una manera de sentir, una forma de ser, un carácter, una esperanza...
Algo que se lleva dentro, algo que nos trae la mar,
algo que se te pega como una lapa y huele como un burgaíllo,
algo que no se lo lleva el Levante porque está metiíto dentro del corazón.
Dicen que nuestra Pepa no nació el 19 de marzo de 1812,
nuestra Pepa ya estaba.
Rezó por aquellos que sufrieron, por todos aquellos que murieron
y luchó por un mundo libre.
Dicen que nuestra Pepa es la voz del pueblo en forma de mujer
y respira libertad.
Sara Baras
La Pepa de Sara Baras no tiene la fría piel del mármol; ni nace de las ascuas de viejos recuerdos de libertad; La Pepa de Sara Baras tampoco vive encorsetada en las paredes de un oratorio. Porque La Pepa de Sara Baras baja del pedestal y nos toca con su mirada de fuego, nos besa en un braceo, nos habla con un zapateado. Porque La Pepa de Sara Baras baila por alegrías. Por alegrías. De Cádiz, el santo y seña de un espectáculo con el que la bailaora y coreógrafa regresa a los escenarios en el Gran Teatro Falla en una noche, la de ayer, después de dos años de retirada temporal.
La Pepa se mueve entre lo descriptivo y lo conceptual. La Pepa más que narrar la concatenación de hechos históricos, transmite la impronta de la ciudad que alumbró la Constitución. La Pepa es la voz del pueblo convertida en mujer. Una mujer que rompe la imagen de la efigie en una escena final donde (pese algunos problemas con el vestido) pone a bailar al monumento por unas alegrías que comienzan con un aire contemporáneo pero que remata con una serie de pasos y figuras arraigadas a las maneras más puras y gaditanas del palo. Una estampa final que culmina con Sara subida al pedestal portando la inseparable espada de la alegoría y con los símbolos de la paz y la guerra enmarcando la escena.
Hora y media antes, el espectáculo arrancaba con el horror de la guerra, del asedio, magníficamente representado por un cuerpo de baile que corre, que salta, que se mueve acrobático por las tablas del Falla mientras que los gritos y los tiros los conmueven. El asedio son trece bailaores que se duelen por martinetes (interpretados con soltura, como todo el repertorio, por los cantaores) hasta caer al suelo. Y así más oscura que la noche, Sara Baras se presenta a su público envuelta en una túnica negra como la pena. Se despoja de la segunda piel, se queda en la desnudez del rojo, para enfrentar, a solas, un vals que prende la esperanza. Se pasea sinuosa, extraordinariamente bella y elegante por la melodía creada por el director musical del espectáculo, el gaditano Keco Baldomero.
Sin tregua, y con la magia de una poliédrica escenografía y un auténtico espectáculo de luces, nos metemos en el puerto de Cádiz a golpe de los abanicos por guajiras; con el magnífico zapateado de José Serrano, que brilla durante unas farrucas donde es el presidente de Las Cortes que promulga la Constitución y nos enamora mientras queda rendido ante la Pepa en el paso a dos.
Por testigo, las murallas, que son de piedra y no se notan, que son el oratorio, que son el arco Garicoechea en un guiño carnavalero, que son Cádiz puro pero también La Isla en una soleá por bulerías donde La Pepa posee a Sara para bailar con los diputados. Pero Sara posee a La Pepa cuando se retuerce en unas impresionantes seguiriyas. Toda fuerza, toda libre, toda Cádiz.
( Diario de Cádiz)
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